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Guerras de Independencia Hispanoamericana, visión desde el bicentenario

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  • Guerras de Independencia Hispanoamericana, visión desde el bicentenario

    .
    A casi 10 años del bicentenario de la declaración de Independencia del Perú, caigo en la cuenta que en el foro solo hay un tema directamente relacionado (ver: Capitulación de Ayacucho, el Perú asume el costo de la independencia sudamericana).

    Con tardanza y no poca vergüenza, dado que algunos bicentenarios en Sudamérica ya se han celebrado, los incluyo en este tema con la idea de estar abierto a la Nueva Visión de la Independencia que se ha venido difundiendo en los últimos años.

    Bibliografía a considerar:

    http://books.google.es/books?id=N26F...page&q&f=false


    http://www.editorialtaurus.com/es/li...s-de-rebeldes/


    Saludos
    Midherídoc

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  • #2
    Historiadores peruanos ofrecen sus nuevas perspectivas

    Nueva visión de la Independencia

    La Comisión Especial de los actos conmemorativos del bicentenario de la Independencia inició el pasado viernes 17 la primera de una serie de charlas y foros en torno a las gestas emancipadoras de fines del siglo XVIII y primeras décadas del XIX.
    La presentación de tres historiadores peruanos que ofrecieron en sus charlas nuevas perspectivas para entender la época de la Colonia y la Independencia, estuvo a cargo del presidente de esa comisión, congresista Víctor García Belaúnde.

    De esta manera, el historiador Jesús Cosamalón, egresado de la Universidad Católica y del Colegio de México, tuvo a su cargo la charla sobre “Babel en los Andes. El mestizaje de la Colonia a la República Liberal. 1790-1860”; mientras que la doctora Cecilia Méndez se refirió a aquellos ‘héroes proscritos’ de la historia, los gestores y habitantes de la sierra peruana que iniciaron la independencia del poder monárquico español. Por su parte Víctor Peralta se refirió a la transformación de la cultura política entre 1810 y 1824, heredera del pensamiento liberal que impregnó las Cortes de Cádiz (España) en 1810, y cuyo pensamiento llegó al Perú y otros países sudamericanos.

    Cosamalón tomó como base de su exposición el censo de 1860 que permitió conocer la conformación étnica de la sociedad peruana, las castas imperantes en la época colonial, una sociedad en construcción, y la profundización del mestizaje con la incursión de nuevos grupos: los europeos y chinos principalmente. Víctor Peralta hizo un recuento puntual del pensamiento liberal que empezaba a dominar España a partir de 1810 y su pase al Perú al siguiente año con la aparición de la imprenta.
    Cecilia Méndez, autora de “La República plebeya”, se refirió principalmente a los movimientos emancipadores y preguntó por qué celebramos en el Perú la independencia nacional en 1821 y no en 1824, con la derrota española en la Batalla de Ayacucho.


    Fuente: La República 19/Dic/2010 (ver nota)
    .
    Con respecto al texto subrayado, exactamente se celebra la "Declaración de la Independencia" más que la consecución de la misma.


    Saludos
    Midherídoc

    .

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    • #3
      Las revoluciones hispanoamericanas tienen que ser revisadas,muchas veces el chauvinismo cierra las puertas a la investigación histórica y conecta sucesos que no tuvieron nada que ver (Como decir que Manco Inca fue el primer precursor de la independencia) con las revoluciones del siglo XIX ,por otro lado las revoluciones hispanoamericanas se estudian muchas veces en cada país como un proceso aparte resaltando solo las acciones en el país que narra la historia.

      me han recomendado los libros de John Lynch por que son los mejores sobre el tema pero hasta ahora no los puedo conseguir.

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      • #4
        LA INDEPENDENCIA DE LA AMÉRICA DEL SUR ESPAÑOLA



        La crisis de la monarquía española de 1808, que dejó al país sin un gobierno con una legitimidad aceptada por todos, tuvo un profundo impacto en las colonias americanas, desde Nueva España hasta el Río de la Plata. A posteriori, puede observarse hasta qué punto aquélla impulsó las fuerzas, entonces activas, que acabaron por producir la secesión de las colonias continentales de España. Sin embargo, la independencia, que contaba con pocos defensores, sólo pareció en aquel momento una respuesta más a la crisis. Los hispanoamericanos pudieron escoger entre aceptar el dominio de José Bonaparte o jurar obediencia a las autoridades provisionales creadas por las juntas peninsulares que dirigían la resistencia frente a los franceses. Asimismo, también pudieron optar por jurar obediencia a Carlota, la hermana de Fernando VII, que se había refugiado en Río de Janeiro con su marido Dom Joáo, príncipe regente de Portugal, y que desde allí se ofreció para gobernar temporalmente en nombre de su real hermano. Por otro lado, también pudieron establecer juntas para gobernar en nombre del cautivo Fernando, tal como hicieron las provincias españolas. En primera instancia, esta última alternativa comportaba de hecho la autonomía dentro de la monarquía común, pero a la larga resultó ser una situación transitoria antes de obtener la separación total de España. Con anterioridad a 1810, en ningún lugar se estableció con éxito la autonomía, pero eso no es razón suficiente para considerar este año como el del comienzo del movimiento de independencia; simplemente, significa que hasta 1810 los autonomistas perdieron todas las batallas.


        José I

        En la madre patria, y entre los colaboradores de José I, había hispanoamericanos, como el recién nombrado director del Jardín Botánico de Madrid y futuro vicepresidente provisional de Gran Colombia, Francisco Antonio Zea. Sin embargo, en las colonias, los supuestos reformadores que a veces dieron la bienvenida a los contactos con Francia, se pusieron al lado del bando autonomista, y aquellos que, preocupados sólo por defender sus intereses materiales, pensaban apoyar al posible triunfador, a duras penas podían esperar una victoria napoleónica en el lado americano del océano: no existía en las cercanías ningún ejército francés; en cambio, navegaba la marina británica. Además, en la América española también se rechazaban las cosas francesas, sentimiento que los excesos revolucionarios había difundido entre los españoles y que la intervención francesa en España había reforzado. De ahí que las intrigas bonapartistas progresaran Rpco. A lo sumo, ciertos oficiales de alta graduación jugaron brevemente con la idea de reconocer a José I, pero siempre fueron disuadidos por la firme hostilidad de la población de las colonias y por el apercibimiento de que el hecho de poner en duda la legitimidad dinástica podía fácilmente poner en peligro la subordinación de las colonias a España, con lo que su propia posición peligraba. En el Río de la Plata fue donde la opción bonapartis-ta pareció tener más posibilidades. Allí, la crisis provocada por las invasiones británicas (1806-1807) había catapultado a un oficial de origen francés, Santiago Li-niers, a una posición dirigente, que le permitió actuar como virrey. Según era de esperar, una comisión napoleónica le visitó en agosto de 1808, pero no existe ninguna evidencia de que se prestara a servir a Francia. De todos modos, los propios franceses pronto reconocieron que la América española era una causa perdida para José Bonaparte; pasaron entonces a estimular los movimientos de independencia, aunque el gobierno de París nunca estuvo en posición de poder intervenir mucho en la situación colonial.


        Carlota

        El Río de la Plata también pareció ofrecer las mejores esperanzas de triunfo a la alternativa carlotista, pero al final tampoco se impuso. Carlota se encontraba en Río, bien situada cerca de Buenos Aires, que durante los últimos años del dominio español fue uno de los centros coloniales más inmersos en la fermentación política existente. Las invasiones británicas pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de España, y dieron lugar a que los criollos, que llevaron el peso de la lucha contra los atacantes británicos, adquirieran una acrecentada conciencia de su importancia. Además, al ser un centro comercial marítimo, Buenos Aires estaba abierta a influencias externas, tanto intelectuales como económicas, y el hecho de que los productos de exportación que le procuraba su inmediato hinterland consistieran en voluminosos artículos procedentes de la explotación ganadera hizo que tanto los propietarios territoriales como los comerciantes fueran muy conscientes de las potenciales ventajas que reportaría la implantación de una mayor libertad comercial. En efecto, por varias razones, se estaba extendiendo el sentimiento de que el Río de la Plata merecía tener un mayor peso en el manejo de sus asuntos; a primera vista, la presencia de la hermana de Fernando VII en Brasil ofrecía un medio para llevar a cabo este deseo. Al aceptar el plan de Carlota para gobernar las colonias españolas, un grupo de hombres de negocios y de profesionales criollos, que incluía a futuros dirigentes de la lucha por la independencia como Manuel Belgrano y Juan José Castelli, esperaban establecer una monarquía ilustrada en el Nuevo Mundo, en la que ellos y otros como ellos, podrían disfrutar de un auténtico instrumento de poder. Carlota también contaba con simpatizantes en otros medios. Pero, de hecho, tampoco en Buenos Aires el carlotismo no representó otra cosa que una complicación más en una situación de por sí confusa. En parte, su fracaso se debió a que su llamamiento quedó mitigado, porque se temía que Carlota actuara como agente de los portugueses. Y por otro lado, porque Carlota era irascible y absolutista, mientras que los criollos que la apoyaban deseaban un nuevo orden basado en el reformismo moderado y contemporizador. A medida que sus contradicciones se fueron poniendo de manifiesto, decayó el entusiasmo por ella.

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        • #5
          La solución carlotista en Buenos Aires atrajo a un grupo de reformistas criollos sólo porque la burocracia real existente prefirió ignorar sus, teóricamente, bastante respetables pretensiones y someterse directamente a la autoridad de la Junta Central de Sevilla (organismo creado por los sectores patriotas en la España no ocupada, que se atribuyó la soberanía en ausencia de Fernando VII). La decisión de esta Junta de gobernar basándose en la soberanía popular fue revolucionaria, aunque apelara a precedentes medievales; su iniciativa, más tarde, fue imitada en las colonias americanas, por juntas no menos revolucionarias. Pero, por lo menos, se estableció la Junta Central en la madre patria. La aceptación de su autoridad no desorganizó los canales habituales de mando, y ello, combinado con el auténtico entusiasmo que levantó la Junta al dirigir la lucha contra los franceses, le aseguró la lealtad de virtualmente todos los oficiales de alto rango en las colonias y de la mayor parte de los que se hallaban en la península, ocuparan o no un cargo oficial. La Junta también contó con la instintiva lealtad de una gran parte de la población nacida en la colonia. Sin embargo, su pretensión de gobernar le fue disputada por otra opción que aducía que, en la situación existente de emergencia, las provincias americanas tenían tanto derecho como las españolas para constituir instituciones de gobierno. Esta tesis encontró adeptos por todas partes, aunque su número e importancia variaron mucho de un lugar a otro.


          El Río de la Plata fue el escenario de dos de los primeros movimientos juntis-tas, aunque no fueron típicos. La junta establecida en Montevideo en septiembre de 1808 estaba encabezada por el gobernador español, y su propósito era conseguir que lo que ahora es Uruguay pudiera escaparse del control, no de la Junta de Sevilla, sino de Liniers, a quien sus opositores acusaban de tener inclinaciones bona-partistas. La junta se autodisolvió tan pronto Liniers fue sustituido, desde Sevilla, por un peninsular de confianza, Baltasar Hidalgo de Cisneros. Mientras existió, la junta de Montevideo contó con un amplio apoyo local, básicamente porque apeló a los sentimientos de rivalidad política y comercial con Buenos Aires.


          Virrey Liniers

          El intento de crear una junta en Buenos Aires el 1 de enero de 1809 fue igualmente dirigido contra Liniers. Uno de sus primeros instigadores fue Martín de Ál-zaga, el rico comerciante peninsular que había convocado al cabildo para oponerse a las invasiones británicas y que aún dirigía una importante fracción de la política local. Se trataba de un grupo constituido por individuos nacidos en España, pero que por entonces también incluía a criollos tan notables como Mariano Moreno, el abogado que después dirigió el ala más radical de la revolución del Río de la Plata. Aunque Álzaga fue acusado incluso de republicanismo por sus enemigos, el único deseo claro de este grupo fue el de deshacerse de Liniers, ya fuera por razones personales, por sospechar de su lealtad, o para iniciar el camino de las innovaciones políticas. El intento de golpe quedó frustrado con bastante facilidad, ya que Liniers contó con el apoyo de la burocracia virreinal y de la milicia criolla, que estaba satisfecha con la posición que había alcanzado bajo la protección del virrey. Sin embargo, los perdedores tuvieron la satisfacción al cabo de un año de ver que Liniers era desplazado por el nuevo virrey, Cisneros. Éste resultó ser un administrador prudente y flexible, como demostró en noviembre de 1809 al aceptar la solicitud de abrir el puerto de Buenos Aires al comercio con Gran Bretaña, que entonces era aliada de España.

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