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Colombia en la Guerra contra el Perú de 1932

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  • #11
    Sr. Diego

    Bueno, la "verdad verdadera" como Ud lo manifestó es q Tiwinza es una propiedad privada con SOBERANIA peruana. Es como decir q ellos compraron un lote y punto.

    Es verdad, luchemos juntos por acabar con el terrorismo y las guerras intestinas, ahi si concuerdo con Ud, nada mas.

    Mav
    Primun Non Nociere... En Medicina Trabajamos con Cero de Constantes y un Infinito de Variables.

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    • #12
      Originalmente publicado por Diego
      Esto último se parece a lo ocurrido en el Cenepa, donde para la comunidad internacional y los conocedores militares hubo una estrecha pero al fin y al cabo victoria ecuatoriana, algo que en el Perú se han esforzado en desmentir y tergiversar.
      Como ejemplo el escrito "Miercoles negro: el día que llegamos a Tiwintza". Si fue cierto que llegaron a ese sitio, algo dudoso, no pudieron mantenerlo en su poder ya que quienes en última instancia entregaron esa posición militar a los observadores militares de los países garantes fueron los ecuatorianos. Por algo es que el Ecuador es propietario de 1 Km cuadrado a perpetuidad en dicho sitio, dudando mucho que su propiedad sea por una inmensa generosidad del estado peruano en aras de la paz. (Nadie haría gesto semejante, menos en suelo patrio y sobre todo cuando se dice que uno fue el ganador. Para los foristas de otros países que no conocen el tema esa propiedad ecuatoriana llamada Tiwintza está enclavada en pleno territorio peruano).

      Lo último que he escrito es controversial así que ese tema mejor lo dejo que lo traten peruanos y ecuatorianos.

      Disculparan los foristas peruanos si en lo escrito por mi han sentido agresividad, esa no es mi intención. Solo busco la verdad verdadera.
      Pues estimado Diego, nadie se ha esforzado en desmentir lo que sucedió en el Cenepa (quizá si al principio) pero hoy, analizando objetivamente los hechos, la opinión internacional se ha dado cuenta quien provocó, quien se infiltró y quien salió verdaderamente mal parado de este conflicto. Me asombra que Ud. aún no haya realizado sus propias averiguaciones o lecturar análisis post conflicto.

      Lo del Miercoles Negro es un relato personal sobre una acción puntual.

      La propiedad ecuatoriana en Tiwinza (bien lejos de donde ellos "hicieron entrega de la pocisión a los observadores") fué la salida "honorable" para Ecuador; sin ánimo de ofender, fué un hueso para que no ladren al firmar el tratado definitivo, ya que en negociaciones y en el campo perdieron todo. Si yo tengo pocisión efectiva y superioridad en la defensa de esta pocisión ¿crees que la entregaría así nomas? osea ¿provoco todo un conflicto solo para entregar el territorio ganado después?, no.

      Es cierto que en el resúmen las FFAA peruanas perdieron muchas unidades, pero analizando los hechos y el entorno, y comparándolo con el medio en que se operó y la zona de operaciones, los números son positivos. Era predecible y se esperaba perder unidades, estábamos atacando una pocisión defendida, osea fuimos no esperamos, y las bajas se dieron, era inevitable. Uds. lo deben saber mejor que nadie, periódicamente sus patrullas son emboscadas y las pérdidas son altas; es el precio, así es este negocio : si vas y te esperan, eres el más propenso a daños y pérdidas.

      Afortunadamente, la frontera está definida, cualquier otro intento parecido, nos da el derecho soberano de no solo rechazar y desalojar, sino atacar detras de las lineas la fuente del problema, cosa que por demostrar diplomacia y razón, no pudimos en el 95.

      Slds.

      Comentario


      • #13
        Como dije en mi último post con respecto a lo sucedido en el Cenepa:

        Lo último que he escrito es controversial así que ese tema mejor lo dejo que lo traten peruanos y ecuatorianos.
        Es cierto, mis apreciaciones son probablemente sesgadas; no por mala fe sino por las pocas informaciones oficiales peruanas con respecto al tema, al contrario de lo que sucede en Ecuador. En Ecuador lo sucedido en 1.995 es motivo de orgullo para su pueblo y sus FFAA. En ese país hay gran cantidad de informaciones y celebraciones tanto oficiales como extraoficiales que detallan como alcanzaron la supuesta victoria en el Cenepa. Debido a la gran cantidad de información disponible de un lado y a la escasa información oficial del otro (o por lo menos difícil de conseguir) es que tengo esa visión sobre el conflicto del Cenepa (seguramente eso le pasa a otras personas no peruanas ni ecuatorianas).

        Reitero lo que ya he escrito: que ese tema mejor lo traten peruanos y ecuatorianos ya que tienen más bases para hacerlo.

        Volviendo al tema original, sigo esperando los hechos irrefutables de la victoria peruana sobre Colombia en 1932-33 tal como aparece en las páginas web del Ejército y Marina de Guerra del Perú sin entrar en mayores detalles. (¿Será por qué no los hay?)


        Más informaciones colombianas sobre este suceso:

        Conflicto con el Perú: Costoso Aprendizaje

        El 1 de Septiembre de 1932 el país es sorprendido por la toma de la lejana y fronteriza localidad de Leticia por un grupo de civiles peruanos*, los que la reclamaban como parte del territorio del vecino país, iniciándose de esta manera el llamado conflicto con el Perú. Desafortunadamente Colombia solo poseía once entrenadores, cuatro aviones de apoyo en combate Osprey C-14R y el Curtiss Falcon O-1. Con este hecho la Aviación Militar recibe el impulso definitivo, al ser incorporados una importante cantidad de transportes alemanes y aviones de combate norteamericanos. Algunas aeronaves fueron tomadas de la aerolínea SCADTA [Sociedad Colombo-Alemana de Transporte Aéreo] e incluyeron varios de sus pilotos de origen alemán encabezados por el mayor Herbert Boy.

        Las aeronaves que llegaron fueron cuatro Junker F-13, cuatro Junker W-34, tres Junker K-43, seis Junker Ju-52, dos Dornier Merkur II, cuatro Dornier Wal, 20 Curtiss Falcon F-8F y 30 Curtiss Hawk II F-11C. Esta flotilla tenía entre sus misiones, el aprovisionamiento de las fuerzas de tierra, el reconocimiento aéreo, el ataque a tierra y estaba dividida en tres escuadrillas con base principal en Puerto Boy y bases auxiliares en Caucaya, El Encanto, Puerto Arica, La Pedrera y Tarapacá. Las principales acciones bélicas de este conflicto fueron el 14 de febrero de 1933 en Tarapacá en donde la guarnición peruana en este sitio es bombardeada por siete aviones y posteriormente tomada por las fuerzas de tierra, el 26 de marzo del mismo año en Guepi donde la guarnición peruana es bombardeada por once aviones y dos cañoneros fluviales [MC Cartagena y MC Santa Marta], siendo tomada por fuerzas colombianas.

        La última acción del conflicto fue 8 de mayo de 1933 en la que se produjo el único encuentro aéreo entre aeronaves de ambos países, cuando unos aviones peruanos que hostigaban una flotilla fluvial en el río Algodón fueron sorprendidos por aviones colombianos, siendo averiado y obligado a aterrizar un avión peruano Douglas O-38P con matricula 12VG4, el cual fue posteriormente llevado a territorio colombiano. El 24 de Mayo de 1933 se declara el cese de hostilidades gracias a la mediación de la Sociedad de las Naciones y el retorno a manos colombianas de la localidad de Leticia. Un poco más de un año después fue devuelto al Perú el O-38P. Cabe anotar que durante el conflicto murieron cuatro pilotos [uno de ellos alemán], cuatro mecánicos [uno de ellos alemán] en cuatro accidentes en la zona de operaciones en la que se perdió el Falcon O-1, un Osprey C-14, un Junker F-13 y un Curtiss F-11.

        Durante la época de las hostilidades fueron creadas las bases aéreas de Buenaventura y Cartagena. La base aérea del Pacifico en Buenaventura comenzó a operar el 26 de enero de 1933 y su misión era la protección del litoral Pacifico colombiano ante la amenaza del crucero Almirante Grau y los submarinos R-1 y R-4 de la Marina de Guerra del Peru. Una vez terminado el conflicto siguió operando hasta que en 1949 debió ser cerrada por motivos presupuestarios. La base aérea de Cartagena fue creada simultáneamente con la de Buenaventura y serviría para proteger la costa Caribe colombiana ante la amenaza de los citados buques peruanos (sic). En 1936 se decide la desactivación de la unidad, en sus predios fue construida la base naval ARC Bolívar [la más importante del país].

        Una vez finalizado el conflicto con el Perú, fueron desmanteladas las bases aéreas amazónicas y creadas las bases aéreas de Tres Esquinas [Caquetá], de Palanquero [Cundinamarca], de San José del Guaviare y se traslado la Escuela Militar de Aviación a la base aérea de Cali, quedando la base aérea de Madrid como Escuela de Radiotelegrafía y Mecánica de Aviación. Para 1935 llegan los primeros monoplanos de combate con estructura en duraluminio, siendo cuatro Seversky P-35/2PA
        Guardsman.



        Extractos sacados de "Historia de la Fuerza Aérea Colombiana (Parte 1)"-Recopilación de otras fuentes- Autor: Andrés Orlando Luna. www.unffmm.com

        * Se sabe, según investigaciones historiográficas colombianas, que los supuestos civiles peruanos que tomaron Leticia no lo eran tanto y que contaron al inicio con el apoyo encubierto y luego de hecho del gobierno de Sánchez Cerro.

        Los colombianos no reconocemos ninguna derrota en 1.932. No hay hechos históricos comprobables, no suposiciones, que demuestren que estamos equivocados. Al contrario, hay hechos muy bien documentados y comprobables que señalan la victoria colombiana en ese conflicto de baja intensidad en su mayor parte (victoria diplomática y militar, sobre todo la primera). ¿En que hecho bélico fueron derrotados los colombianos?¿Dónde están las pruebas?; porque no solo es decirlo, o mejor escribirlo y ya.

        Hasta otra oportunidad.

        Comentario


        • #14
          ¿y desde el 30 de abril del 2006 NADIE te responde?

          Comentario


          • #15
            Más informaciones colombianas

            Extractos del libro "Conflicto Amazónico 1932 / 1934" Villegas Editores

            Introducción

            Texto de: General, Alvaro Valencia Tovar.

            Esta es la narración de un conflicto que jamás ha debido producirse. Lo originó, por una parte, la desinformación del pueblo peruano, en particular del que habitaba la región amazónica de Loreto y la utilización de la misma por el presidente-dictador de la nación, Luis María Sánchez Cerro, que vio en la inconformidad de ese pueblo la oportunidad de congregar la opinión pública de su país en torno al tremolar de una bandera nacionalista.

            Entre los pueblos de Perú y Colombia ha existido una amistad histórica. La campaña libertadora del antiguo Imperio del Sol los enlazó con eslabones imperecederos de gloria compartida. Junín y Ayacucho son dos nombres que brillan como gemas en los sentimientos de los dos pueblos. La carga de José María Córdova y su inspirada voz victoriosa tiene para ambas naciones el orgullo y la resonancia que toda gesta heroica produce en las almas de las gentes.

            Si se rememora en estas páginas, no es por cobrar ni revivir ofensas que el tiempo y la comprensión de la hora de antagonismo desvanecieron para siempre. Es porque la historia, cualesquiera sean sus desarrollos futuros, mira al pasado en búsqueda de la verdad. Sobre todo si es una verdad surgida de instantes estelares, en que el valor, el coraje, la abnegación, la capacidad de sufrir y de luchar se confunden en acto luminoso, para configurar las horas de gloria que todos los pueblos atesoran en la memoria de la Patria Histórica.

            No hay resentimiento en esta evocación. Tampoco el ánimo de remover viejas cicatrices o reabrir heridas que sanaron para siempre. Se trata de un atisbo en sucesos que engrandecieron el alma nacional, cuando en mal momento se invadió el extremo lejano e ignorado de un espacio selvático, cuyo sólo nombre pasó a significar la patria entera.

            Leticia era un punto casi desconocido en la geografía de Colombia. Los que éramos niños habíamos visto sobre los muros de nuestras aulas escolares una Colombia dibujada con las fronteras que el extinto Virreinato de la Nueva Granada nos legó como herencia hispánica. De súbito la vimos encogerse dolorosamente. No llegaba su territorio hasta el Napo por el Sur ni hasta la desembocadura del Caquetá en el Amazonas por el Este. En vez de esa inmensidad selvática, vimos un estrecho trapecio que avanzaba en busca del gigante fluvial, con Leticia como ventana minúscula asomada al río legendario.

            En el Perú debió de ocurrir algo parecido. El mapa nacional ascendía hasta el Caquetá, donde una expedición nacional, comandada por el entonces coronel Oscar Benavides, ocupó la localidad colombiana de La Pedrera sobre la banda sur de este río en 1911. De pronto, sin que mediara un proceso de persuasión que indicara al pueblo peruano el arreglo limítrofe conseguido en forma ventajosa, la patria ancestral resultaba cercenada de un amplio fragmento.

            Allá hubo resentimiento. Aquí perplejidad. Perú había hecho acto de presencia amazónica desde los tiempos coloniales, cuando aquella vastedad de selva y agua se adscribió al arzobispado de Lima para fines misionales. Colombia no. País andino por geografía y por mentalidad derivada de su híspido entorno, poco había pensado en su patrimonio amazónico. Aquello estaba allí, a la espera de un segundo descubrimiento. Nos pertenecía por herencia, como una gran hacienda para una familia que sólo tiene conciencia citadina. No fuimos en su busca y terminamos perdiéndola. Era, una vez más, el conflicto entre una posesión jurídica y otra de poblamiento.

            Si la inconformidad peruana cobró forma en la arrebatada ocupación de ese puertecito diminuto que Colombia casi desconocía, nuestro pueblo despertó a esa realidad con el estremecimiento de quien recibe una bofetada en el rostro. Indignación ofendida, dolor, voluntad de recuperar lo que se nos arrebataba, reverberaron en un solo sentimiento: patriotismo. Adormecido por años de no recibir estímulos semejantes, se puso en pie como nunca antes lo había hecho.

            De esa emoción nacional, vuelta pasión en el ánimo colectivo de acudir al rescate de lo que se nos arrebataba, resulta esta memoria. Al escribirla, mil imágenes vuelven atropelladamente al espíritu, y del sentimiento revivido surgen estas páginas, a la vez rememoración y testimonio. Exentas por completo de rencor o ánimo vindicativo, buscan plasmar lo que para Colombia fue una gesta colosal.

            No se trata de sobredimensionamiento de un conflicto, si se quiere reducido en sus proporciones y alcance, sino de lo que fue improvisar un Ejército, crear una Marina de Guerra, convertir la naciente Arma Aérea en una aviación militar que superara la decrepitud de los pocos aparatos de escuela adquiridos en el decenio precedente y que eran, para 1932, poco más que milagros volantes.

            Además había que desplazar hacia el teatro del conflicto los medios para rescatar, si fuese preciso por las armas, el retazo de patria que había sido ocupado. La vuelta por el Oriente al extremo de Suramérica hasta hallar las bocas del Río Grande de las Amazonas como lo bautizara Orellana, ascender por su corriente majestuosa y penetrar la selva casi virgen, fue una empresa que para su época revistió dimensiones grandiosas.

            Por el extremo opuesto, al Occidente, se acudió en busca del Putumayo por trochas inverosímiles, al paso que se construían vías de penetración. La Amazonia toda era para los colombianos una novela ardiente. La Vorágine que el gran escritor huilense describió en páginas magistrales. Las que ahora iban a escribirse, serían la vorágine de una guerra que no buscamos y que el Estado colombiano quiso sustituir por acción diplomática inteligente y hábil.

            El conflicto armado era un sustituto que podría llegar a hacerse indispensable si el derecho no bastase, en ámbitos internacionales parsimoniosos, sin mayor tradición en el arreglo pacífico de conflictos entre Estados, desconocida muchas veces la Sociedad de Naciones surgida de la Primera Guerra Mundial y carente de medios coercitivos para hacer cumplir sus determinaciones. Para miles de colombianos de entonces, la guerra en cierne fue el adiós trémulo al joven que partía hacia lo desconocido, al padre que abandonaba el hogar para marchar al frente. Separaciones dolorosas, embellecidas por el romántico y estremecedor tañido de bronce de la palabra PATRIA. Amores truncados. Esperanzas rotas. La palabra adiós brotando entrecortada de las gargantas o tremolando en un pañuelito blanco empapado de lágrimas. Fue sublime todo aquello. Sublime y heroico. Merecedor de una memoria. La que esta obra ha querido convertir en homenaje a los que partieron con la bandera de Colombia apretada en el alma. Y los que allí quedaron, bajo una bóveda de verdor intenso y *******, clavadas las pupilas inmóviles en los cielos azules de Colombia.

            Una dedicatoria, sola, emocionada y profunda, cabe hacer de esta obra.

            Al soldado colombiano de todos los tiempos.

            Al combatiente heroico que llenó con su presencia el llano tórrido y la alta cumbre en la epopeya gigantesca de la independencia.

            Al que transitó los caminos de su patria en pos de una bandera y de un rótulo en el absurdo de las contiendas civiles, sublimadas con su sacrificio y su valor.

            Al que en la selva amazónica supo estar a la altura de sus gigantes arbóreos y, en medio de los padecimientos de un entorno inhóspito y violento, supo narrar su propia historia con grandeza de alma, desprendimiento y abnegación supremos. Con nombres como Cándido Leguízamo, Zósimo Suárez y Juan Bautista Solarte Obando engarzados en las constelaciones de nuestros héroes conocidos o anónimos.

            Al que en Corea luchó al otro lado de la tierra por la libertad que había amado y servido en su propio suelo, y por la cual combatió en medio de la nieve y el viento cortante del invierno subártico o en el estío cálido y enrojecido.

            Y al que en su patria desgarrada sigue rindiendo el diario tributo de su denuedo, su abnegación, su coraje, su voluntad y su valor sin límites ni eclipses.

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